Es posible definir la pobreza como una situación donde se limita el acceso a bienes materiales y culturales y a la información, impidiendo el flujo de recursos y la acumulación de activos. Las familias se ven afectadas por una situación integral que, si bien no siempre implica la insatisfacción de todas las necesidades básicas, limita el desarrollo humano de sus miembros y les impide participar decorosamente del estilo de vida prevaleciente en una sociedad dada y en un tiempo histórico determinado. (Redondo 2002: 29)
Siguiendo uno de los enfoques tradicionales de medición de pobreza por ingresos y tomando como referencia los valores máximos de la crisis de fines del 2001, se puede decir que los niveles de pobreza 2 disminuyeron cerca del 40%, pasando del 53% de la población (mayo 2002) al 31.4% (1er. semestre 2006). Lo mismo sucede con los niveles de indigencia 3 que se redujeron un 55%, pasando del 25% de la población (mayo 2002) al 11.2% (INDEC, EPH, 1er. semestre 2006). A pesar de estas significativas reducciones, en la actualidad 11.3 millones de personas son pobres, de los cuales 4 millones son indigentes 4. De esta manera, la pobreza en la Argentina se ha constituido a lo largo del tiempo en un fenómeno de masas, y no ya de una pequeña minoría como en el pasado.
En el Gran Buenos Aires (GBA) se puede constatar que en los últimos 30 años, la proporción de población bajo la línea de pobreza creció aproximadamente 10 veces, pasando de 3.2% a 29.4%. En igual período, la proporción de la población por debajo de la línea de indigencia se multiplicó casi por 6, pasando de 1.8% a 10.3% en el mismo aglomerado.
Asimismo, existen diferencias significativas en los niveles de pobreza en el interior del país. Mientras que en la Patagonia el 21.5% de la población se encuentra bajo la línea de pobreza y el 6.5% bajo la línea de indigencia, estos porcentajes trepan al 48.0% y 17.6% respectivamente en el noreste y al 54.0% y 22.7% en el noroeste. (INDEC, EPH, 1er. semestre 2006). Esto muestra las significativas brechas interregionales vigentes en el país.
Por otra parte, la pobreza no es un fenómeno homogéneo. Se debe distinguir, al menos, entre dos perfiles en la carencia de recursos: la pobreza estructural o heredada y la pobreza adquirida o reciente, que hace referencia a contextos variables que dan lugar a privaciones temporarias de ingresos monetarios. Estos dos grupos presentan características diferenciales. El primero está compuesto por aquella proporción de la población que estaba y permanece en situación de pobreza (núcleo duro y estable), mientras que el segundo está constituido por quienes pueden entrar y salir transitoriamente de dicha situación (pobreza transitoria). Pero el interrogante crucial es, sin duda, cuánto tiempo de privaciones pueden soportar estas familias o personas hasta agotar su patrimonio tanto en capital humano, como en activos habitacionales y comenzar a vivir y reproducirse en situación de pobreza estructural, es decir, careciendo de acceso a servicios públicos indispensables (Redondo 2002:37).
De la misma manera, la situación de pobreza afecta de forma diferente según la trayectoria de vida de cada persona. El enfoque del ciclo de vida reconoce que el impacto de un evento histórico sobre las personas y, en consecuencia, sobre el conjunto del sistema social, depende en parte de la edad en que se experimenta dicho evento. En este sentido, se distinguen tres grupos de alta vulnerabilidad: los niños, los jóvenes y los adultos mayores. La alta vulnerabilidad se debe a que consumen bienes y servicios que no producen, es decir, que para satisfacer sus necesidades, dependen de las transferencias que realicen sus familias o el Estado y porque especialmente para el grupo de los niños y jóvenes las situaciones de privación actuales afectan tanto las oportunidades presentes como su perspectiva en el futuro.
Los más vulnerables: los niños, los jóvenes y los adultos mayores
Los primeros años de vida condicionan las capacidades físicas, mentales y emocionales de una persona. Es la etapa formativa, de creación y acumulación de activos intelectuales, psicosociales, afectivos que el niño utilizará para el desarrollo de su potencial. Allí radica la importancia de asegurarles las condiciones básicas en materias de alimentación, salud, educación o de poder compensar estas falencias mediante intervenciones tempranas.
En la Argentina viven 9.5 millones de niños menores de 14 años, de los cuales el 49.5% 4.7 millones) vive en situación de pobreza e incluso el 20.5% (1.9 millones) lo hace en condiciones de indigencia 5. Esto significa que 1 de cada 2 niños es pobre y que 1 de cada 5 vive en familias cuyos ingresos no son suficientes para adquirir una canasta básica de alimentos.
Es justamente en esta etapa donde comienzan las desventajas entre los niños pobres y los no pobres, situación que condicionará en gran medida su desarrollo en toda su vida. Basta mencionar estos ejemplos: nace con bajo peso el 10% de los niños pobres y el 5% de los niños no pobres; no tiene cobertura de salud el 60% de los niños pobres y el 10% de los niños no pobres; asiste a un jardín de infantes sólo el 29% de los niños pobres y el 90% de los niños no pobres; y repite el primario el 25% de los niños pobres y el 5% de los no pobres 6.
Tomando en consideración a los jóvenes, el segundo grupo vulnerable, las estadísticas muestran que en la Argentina hay 5.8 millones de personas en la franja de 14 a 22 años de los cuales el 41.4% (2.4 millones) son pobres e incluso el 15.1% (877 mil) son indigentes 7. En esta etapa de la vida, la educación es percibida como un valor, pero mientras para los jóvenes de bajos recursos la educación es un valor a pesar de la adversidad y la pobreza, para los jóvenes de recursos medios, la educación y los estudios constituyen la esencia del discurso. (PNUD 2005)
Muchas veces, la educación es compartida o reemplazada por el trabajo en esta etapa de la vida. Pero los jóvenes que abandonan sus estudios no logran insertarse en el mundo del trabajo o lo hacen en condiciones de precariedad. El 30% de los jóvenes pobres abandona los estudios y el 34.6% está desempleado. (INDEC, EPH, octubre 2001).
De esta forma, se va conformando un núcleo duro de jóvenes que no estudian ni trabajan. Son 1.3 millones, es decir, al 19.1% de jóvenes entre 15 y 24 años. (Rodríguez Larreta y Vidal, 2006)
Por último, respecto de los adultos mayores, el tercer grupo de alta vulnerabilidad, cabe señalar que en esta etapa de la vida se incrementan las necesidades de consumo, especialmente de servicios médicos y cuidados personales, a la vez que disminuyen las posibilidades de producir ingresos. En la Argentina viven 3.5 millones de adultos de 65 años y más, de los cuales 559 mil (15. 9%) son pobres, incluso 129 mil (3.6%) son indigentes 8. Hoy, el 30% de la población de 70 años y más carece de cobertura previsional y más de la tercera parte de esta población vive en hogares extendidos o compuestos. Debido a los altos porcentajes de pobreza e indigencia existentes en nuestro país en la actualidad, el ingreso mínimo que la población mayor recibe a través del sistema previsional es el único ingreso seguro de muchas familias. (Rodríguez Larreta y Vidal, 2006:37)
Como ya se expresó, la extensión y la intensidad de la pobreza, especialmente en los niños y en los jóvenes, afecta su situación actual pero también condiciona sus perspectivas de vida futura.
La situación laboral
Si bien el comportamiento de los indicadores en materia de empleo, ingresos y satisfacción laboral también mejoró sustancialmente en los últimos 5 años, millones de argentinos continúan con problemas para acceder o mantener un trabajo, y mucho más si se trata de un empleo de calidad. Y esto es particularmente importante ya que para el pensamiento filosófico contemporáneo, el trabajo es un ámbito privilegiado de integración a la vida social. El trabajo permite participar en un espacio de construcción de relaciones sociales, motiva proyectos vitales y es fuente de identidad, realización de proyectos y autovaloración. (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2005:153)
Actualmente, 2.3 millones de personas 22.4% de la población económicamente activa (PEA) están insatisfechos con el lugar que ocupan en el mercado de trabajo, ya sea porque están desocupados (1.1 millones de personas o 10.9% de la PEA) o porque están subocupados (1.2 millones de personas o el 11.5% de la PEA). Cabe destacar, que el desempleo trepa al 12.8% de la PEA si se considera desocupados a los beneficiarios del Programa Jefes de Hogar. (INDEC, EPH, 1er. semestre 2006).
Asimismo, en la actualidad tener empleo no es condición suficiente para salir de la pobreza. El 22% de los ocupados (3 millones de personas) pertenece a un hogar pobre, incluso el 7% pertenece a un hogar indigente 9.
Por otra parte, existe el problema de la precariedad laboral, donde el empleo no registrado es uno de sus principales exponentes. En la actualidad, el 40% de los asalariados trabaja en negro, ganan 3 veces menos que un asalariado registrado ($315 contra $845), siendo los más perjudicados: las mujeres (58.8%), los jóvenes (70.4%), personas con bajo nivel educativo (66.8% primario incompleto), trabajadores de pequeñas empresas (72.5%) y quienes se desempeñan en el servicio doméstico (96.4%) y en la construcción (78.8%). (MTEySS, 2004)
Así como la educación es un tema fundamental entre los adolescentes y jóvenes, el trabajo está en el centro de las preocupaciones de los adultos. Pero mientras que para los adultos de bajos recursos la inquietud principal radica en la falta de trabajo, en la inestabilidad y la incapacidad de quienes trabajan en el hogar de proveer lo básico, para los adultos de recursos medios esa inquietud reside en la incapacidad de acumulación, con un eterno riesgo de tener que empezar de nuevo. (PNUD 2005)
La desigualdad
En nuestro país el 10% de los más ricos recibe el 36.4% del total de ingresos generados, mientras que el 10% de los más pobres percibe sólo el 1.3%. Esta brecha se configuró durante el transcurso de los últimos 25 años. De esta forma, mientras que en 1974 el 10% más rico de la población ganaba 9.5 veces más que el 10% más pobre, hoy esa distancia se multiplicó por 31. (Fundación Grupo Sophia, 2006)
Pero el problema de la desigualdad no debe circunscribirse sólo a la brecha existente en la percepción de los ingresos sino, y principalmente, en la diferencia de oportunidades que existen entre los distintos grupos socioeconómicos, diferencia claramente manifiesta en el alto porcentaje de hogares vulnerables afectados por carencias en la alimentación, la salud y la habitabilidad.
La consecuencia de un persistente agravamiento de la desigualdad es el deterioro gradual de la cohesión social y la consecuente amenaza de fragmentación social. Revertir estos procesos erosivos requiere la coordinación sistemática de una eficaz política macroeconómica y de políticas activas que propicien la redistribución de oportunidades de progreso y movilicen los recursos internos humanos, financieros y naturales no aprovechados. En cualquier caso, la estrategia debería estar orientada a universalizar las oportunidades de trabajo decente, posibilitar el desarrollo humano y social de los sectores más postergados y garantizar una red, también universal, de seguridad social. (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2005)
A modo de síntesis
De acuerdo a los principales indicadores socio-económicos y laborales la situación social argentina presenta notables mejoras después de la gran crisis de 2001, y la tendencia de crecimiento de la economía se mantiene; sin embargo, gran parte de la sociedad sigue afectada por privaciones y condiciones de vida precarias.
Los problemas sociales de la pobreza, el desempleo y la desigualdad se han constituido en fenómenos estructurales, abarcando a millones de argentinos que necesitan y merecen una respuesta inmediata.
La pobreza atañe a toda la sociedad y no sólo a quienes la padecen; no consiste solamente en carencia de ingresos sino de condiciones y oportunidades para el desarrollo humano. Asimismo, es un fenómeno de mayorías, es heterogénea y afecta principalmente a niños, jóvenes y adultos mayores quienes se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad, ya que para satisfacer sus necesidades, dependen de las transferencias de sus familias o el Estado. Además, en particular para los niños y jóvenes, las situaciones de privación actuales condicionan sus perspectivas de desarrollo en el futuro.
Al pensar las posibles respuestas a estas problemáticas, es necesario recordar que cualquier estrategia de reducción de la pobreza en el país requiere una estrategia de crecimiento económico que incorpore los temas de desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza como condición de posibilidad del Desarrollo Humano. Se trata de asegurar las condiciones materiales de educabilidad, de salud, de capacidades de ejercer la libertad, en ausencia de las cuales nada pueden hacer la escuela, las políticas de salud, las libertades políticas. (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2005)
La sociedad en su conjunto está más y mejor informada respecto de esta temática, y se perciben actitudes participativas y de compromiso, lo que favorece la búsqueda conjunta de respuestas y soluciones estables en el tiempo.
Estamos ante la necesidad y la oportunidad de diseñar y realizar en el marco del diálogo y la participación una sociedad más justa e inclusiva para todos.
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